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Habla Cristina y dice : “Hay que tenerle miedo a Dios y un poquito también a mí”. L a corte de adulones, embobada y servil, aplaude la intimidación que los alcanza también a ellos porque nadie es peor tratado que la propia tropa, a la que el poder considera funcional e inofensiva.

La diatriba presidencial se dirige a gobernadores e intendentes, sobre todo a los que se dicen oficialistas. No sea cuestión de que ahora, en tiempos de dificultad económica y malhumor social , se les ocurra salirse de la fila que tan mansamente integran a cambio de que el surtidor de fondos no se les cierre y los deje desnudos y a los gritos.

La Presidenta se propone meter miedo y las buenas almas se espantan. Temprano resonó Francisco De Narváez: “A mí la Presidenta no me da miedo, me da vergüenza” . Hermes Binner le deseó que se mejore . Una larga lista de opositores, encabezados por Mauricio Macri, salieron también a replicarle. Ricardo Alfonsín dijo que el miedo lo habíamos perdido el día que se acabó la dictadura . Se ve que no todos piensan lo mismo. Sobre todo en el peronismo oficial, donde manda el silencio .

Habla el superministro Axel Kicillof desde la propaladora de propaganda del canal estatal. Arremete contra Paolo Rocca, jefe de Techint, que se atrevió a criticar políticas económicas en un ámbito académico. A Rocca primero lo sacudió Julio De Vido, que está para esos menesteres. Y después le metió fuego la propia Presidenta. Kicillof le puso el moño con una amenaza: “Habría que fundir al señor Rocca, pero no lo vamos a hacer”.

Fundirlo bajando el precio de la chapa, dice Kicillof, que quizá crea de verdad que está haciendo la revolución. Pero no lo van a fundir a Rocca, por lo menos ahora. La sobrevida como graciosa concesión del poder absoluto , para el que las únicas conductas permitidas parecen ser el aplauso y el elogio.

Al que no le guste, palo. Y al que además se queje, más palo.

Raúl Zaffaroni, juez de la Corte Suprema nombrado por Kirchner en aquel tiempo tan lejano, sincera cada día más su condición de simpatizante del Gobierno. Tiene la temeridad incluso de referirse a causas que deberá atender la Corte, como las demandas de las provincias contra el Estado nacional.

El jueves, Zaffaroni compartió un acto en La Plata con Amado Boudou y Hebe de Bonafini, ambos identificados con los casos de corrupción más escandalosos de este tiempo: la imprenta Ciccone y la estafa con la construcción de viviendas. Pero Su Señoría no le hace asco a nada . Cuando le tocó hablar criticó a los medios, que es lo que se lleva esta temporada, y dijo que hay que “perderle miedo al silencio”.

Un distraído podría suponer que era una refutación a la Presidenta, que recomienda temerle. Pero no hay que confundirse: se trataba apenas de un poco más de relato.

El botón que pone en funcionamiento la máquina de apretar también fue pulsado para dejar vacío de políticos el palco del estadio cordobés donde el viernes jugó la Selección. El gobernador José Manuel De la Sota, un atrevido que insiste en desafiar al poder de Olivos , había invitado a todos los gobernadores y algún intendente muy notorio. Sólo le fue Mauricio Macri. Los demás se borraron a golpe de llamado telefónico desde Buenos Aires. En la gobernación de Córdoba aseguran que más de media docena de mandatarios habían avisado que iban y hasta pidieron reserva de plateas especiales para sus acompañantes. Al final no fueron.

Seguramente De la Sota no contaba con el despliegue de vigilancia y control que hizo el Gobierno. Algunos gobernadores se bajaron solos, para otros hizo falta más de una llamada. Pero todos se conformaron con ver a Messi y compañía por televisión.

Ni siquiera fue Julio Grondona, presidente de la AFA y anfitrión natural del partido internacional. Tenía que hacerse unos análisis ese día, explicaron. Grondona es socio/empleado del Gobierno, que le sostiene el fútbol con chorros de dinero, a cambio de abrumar con propaganda los quince minutos de cada entretiempo.

“Sin permiso los chicos no pueden salir a jugar”, ironizó, furioso, uno de los organizadores de la movida cordobesa. Por cierto, al tipo le apretaba su propio zapato. Pero lo que dice, vale.

Demasiada gente grande se está dejando tratar como si fueran chicos. Y de esa disminución, en el fondo, no le pueden echar la culpa a nadie. Ya son grandes.