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Otro gobernador tambalea en Santa Cruz. El cristinismo se cruzó en el camino de Daniel Peralta. La Cámpora le hizo la cruz. Su destino es breve. Daniel Scioli debe negociar con el duro kirchnerismo bonaerense para sacarles a los legisladores el aumento impositivo. Si no lo lograra, su futuro se reduciría a pagar los sueldos en cuotas. Ningún gobernador, salvo Mauricio Macri, aceptó la invitación de José Manuel de la Sota para mirar en directo un partido de la selección de fútbol en Córdoba. De la Sota es mala palabra para Cristina Kirchner. Los gobernadores prefirieron prescindir del show de Messi. Temen quedar en la línea de fuego del cristinismo. Scioli se retiró de una comida de la AMIA antes de que llegara Macri. Una foto juntos habría desatado la venganza de la cúpula kirchnerista.

Cristina no disimula lo que se propone. Su proyecto es un cambio cultural, político y económico del país. La democracia, como se la ha conocido desde 1983 hasta aquí, no tiene cabida en su idea de nación. El cambio cultural es para ella la hegemonía intelectual de una fracción sobre los históricos paradigmas de la sociedad argentina. El país debe ser "autárquico", como definió a la Argentina kirchnerista el presidente uruguayo, José Mujica. El "otro" es una presencia molesta. Nacionalismo real y retórico. Intervención predominante del Estado en todos los recovecos de la vida nacional. El país no era así, pero el país anterior no vale la pena.

La historia, la literatura, las artes en general merecen también una revisión global. La razón es el derecho de los que mandan. Por las buenas o por las malas. Así son los momentos fundacionales de la historia, dicen.

Ese proyecto de reforma cultural debe ser acompañado necesariamente por un cambio de las reglas políticas. La juventud kirchnerista no está siendo adoctrinada sólo con ideas, siempre opinables. Los métodos son lo más grave de ese cambio. Los jóvenes son entrenados en el ejercicio del rencor, el desdén y el insulto. La Presidenta plantea una idea romántica de la militancia, que no es tal. Lo suyo es otra cosa. Su juventud es la barra brava de la juventud. ¿No sucede lo mismo, acaso, con sus legisladores en el Congreso o con el léxico de sus autorizados voceros? No hay una mala interpretación de los operadores presidenciales; es la Presidenta la que imagina una política con ese grado de fracturas y de discordias. Lo está consiguiendo: el kirchnerismo y el antikirchnerismo son cada vez más parecidos a sectas de fanáticos, que sólo aspiran a terminar con el enemigo. Ninguna democracia se escribió nunca con esos trazos.

Su último discurso fue, quizás, el más aleccionador sobre el pensamiento presidencial. Un empresario, Paolo Rocca, fue una excepción empresaria. En un ámbito reservado deslizó algunas críticas al gobierno de Cristina. Rocca es uno de los dos o tres empresarios más importantes del país. Sus palabras trascendieron. Se publicaron en una página interior de un diario. Suficiente. Durante 48 horas, Rocca fue presa del violento encono kirchnerista.

Empezó Julio De Vido con un pedido al empresario para que fuera más medido. Pareció mucho, pero era poco. De Vido es un viejo interlocutor de Rocca y de su conglomerado, Techint. Lo seguirá siendo. Esas relaciones no se cortan de la noche a la mañana. La propia Cristina entendió que su ministro había sido demasiado amable para su gusto y ella misma lo zamarreó más tarde a Rocca con los motes de "monopólico" y "subsidiado".

Fue la señal de largada. Un par de horas después, el hombre fuerte de la economía, Axel Kicillof, dijo que ellos podrían "fundir" a Rocca, pero que no lo harían. Era el verdugo que detiene la guillotina centímetros antes de cometer el crimen. La operación empezó con una reprimenda, siguió con una intimidación y terminó con una amenaza, lisa y llana. Cristina insistió ayer contra Rocca por Twitter. Es el escarmiento. Rocca no debería hablar nunca más.

El episodio es importante porque tiene que ver con la negación de derechos y garantías constitucionales, inscripta en el cambio cultural, pero también con la revolución económica que pregona el cristinismo. El estatismo cristinista sucedió al intervencionismo de su marido. No son la misma cosa. Kirchner se metía con la caja de las empresas, pero respetaba la propiedad. La Presidenta hurga en la propiedad, no sólo en la caja. Kicillof es la contracara del viejo método kirchnerista de apretar y negociar con los empresarios. Eso se terminó.

De hecho, casi todas las empresas están ahora virtualmente intervenidas. La intervención se establece a través de la atemorizante presencia de la AFIP, de los contratos y las concesiones del Estado, de la arbitrariedad de sus resoluciones o de las amenazas ciertas de operaciones de acoso y derribo. Por eso, Rocca fue una excepción. El resto del empresariado calla. Asiste y aplaude. La excepción es siempre más deslumbrante que la regla. No debe sobrevivir.

Una presidenta que reclama que se le tema casi como a Dios (¿una semidiosa, entonces?) es un caso único en la historia de la democracia argentina. Lo más notable fue ver cómo sus funcionarios aplaudieron en el acto esa orden lanzada desde el atril. Fue una representación excelsa del sadomasoquismo político. Ella y el pueblo. Ni siquiera su gobierno puede ser intermediario de ese diálogo. Mucho menos el sistema parlamentario o el periodismo.

De ahí su obsesión con el poco periodismo independiente que va quedando. En aquel discurso pedagógico, la Presidenta le puso fecha al Grupo Clarín para que abandone sus medios audiovisuales, antes del 7 de diciembre, en una clara deformación de una resolución de la Corte Suprema de Justicia. El tribunal ordenó que ese día cesará la medida cautelar (si no hubiera una decisión previa de un juez), pero no eliminó el plazo de un año para concretar la desinversión. Las palabras presidenciales le dieron la razón al director del diario Perfil, Jorge Fontevecchia, que hace poco advirtió que el Gobierno y la Gendarmería podrían intervenir ese día de diciembre los medios audiovisuales de Clarín. Lo más grave será que esas imágenes no podrán ser vistas por los argentinos, señaló Fontevecchia, en alusión a la importante presencia del kirchnerismo en el resto de la radio y la televisión.

Cristina volvió a embestir contra Papel Prensa, propiedad mayoritaria de LA NACION y Clarín. Y alentó a Guillermo Moreno a perseverar con su violencia en las asambleas de esa empresa de papel para diarios. En la última asamblea, Moreno fue protagonista excluyente de un vodevil propio de los viejos programas televisivos de Olmedo y Portales. Sería cómico si no fuera trágico. Se trata de un insumo elemental del periodismo gráfico, el papel, y de los dos principales diarios argentinos. Después del discurso presidencial del jueves, se sabe que Moreno no está solo. La Presidenta alimenta su violencia, que ya roza con la humillación a los dueños privados de la empresa papelera. El periodismo como protagonista de la vida democrática ?desapareció de la cultura política que inspira el kirchnerismo.

De la Sota invitó a los 24 gobernadores del país a presenciar el partido de la selección en Córdoba. No había conspiración posible, porque muchos de esos gobernadores son muy cercanos a la Presidenta. Cristina se hubiera enterado de la supuesta conspiración antes de que terminara el partido con Paraguay. El Gobierno presionó sobre cada uno de los mandatarios para aislar a De la Sota. El gobernador cordobés cometió la herejía de desafiar el manejo que el kirchnerismo hace de los recursos federales. Muchos gobernadores hablan con él, pero ninguno quiere compartir con él una foto en público.

Todos los mandatarios provinciales sufren el mismo padecimiento financiero y el egoísmo del kirchnerismo. Muchos de ellos están peor que De la Sota. Los gobernadores no son designados por Cristina; cada uno de ellos ha ganado varias elecciones en su vida. No importa. Deben acatar las órdenes que envía Cristina, por más injustas y arbitrarias que sean. Si la sumisión llega a ese nivel, ¿qué se puede esperar de los legisladores oficialistas, de los funcionarios o de los empresarios?

El problema de Cristina empieza cuando se termina la épica cultural y aparece la realidad. Daniel Peralta podría ser el tercer gobernador santacruceño en abandonar el cargo antes de concluir su mandato. Los últimos dos gobernadores se fueron porque se quedaron sin plata. El kirchnerismo implantó un modelo en Santa Cruz que luego lo exportó al resto del país. Ningún Kirchner dejó de gobernar nunca esa provincia.

Peralta se crucificó a sí mismo cuando describió que su penuria es "el fracaso del modelo" que el kirchnerismo no quiere ver. ¿Fracaso? ¿El modelo no es acaso la síntesis de una revolución cultural, política y económica? Peralta tiene razón, pero sus palabras serán recordadas como las de un kirchnerista arrepentido o como las de un profeta perdido en la inmensa Patagonia..