Son las críticas que le propina su ex jefe de gabinete, Alberto Fernández, cada vez con más precisión y también con más asiduidad. Para empezar a contar porqué las palabras del ex funcionario la sacan de quicio, hay que informar, primero, que Ella no volvió a hablar con Fernández desde que renunció, en agosto de 2008, y que, a partir de ese momento, lo consideró el mayor traidor de todos los que pasaron por el Frente para la Victoria. Néstor Kirchner, al contrario, no solo siguió conversando bastante seguido con él sino que, en algún momento del año 2009, llegó a sugerirle que sería bueno que volviese al Gobierno. No se lo propuso de manera formal porque la Presidenta siempre se negó.
Para tener una idea acabada de la carga de rencor y desprecio que Cristina
Fernández mantiene contra su ex jefe de gabinete, solo basta recordar la mención
que hizo en su momento el también ex jefe de gabinete y actual senador nacional,
Aníbal Fernández, al revelar que Alberto durmió muchas noches en la cama
contigua a la del matrimonio presidencial. La misma que solía ocupar Máximo
Kirchner cuando sus padres decidían pasar el fin de semana en El Calafate.
Alberto es un cagón. Y se cagó en la amistad con Kirchner. El día que te vas,
los caballeros cierran el pico, le dijo hace más de un año.
Alberto Fernández fue, también, uno de los motivos por los que Daniel Hadad
decidió vender el canal y la radio a Cristóbal López. Porque fue durante aquel
martes a la noche en que estaba Fernández en pantalla, en el programa de Marcelo
Longobardi, cuando el empresario periodístico recibió la enésima presión oficial
que, al final, doblegó su voluntad de seguir manejando sus propios medios. Desde
aquel momento, los dueños de los medios oficiales y paraoficiales saben que
Fernández es mala palabra para el gobierno en general y para Cristina Fernández
en particular. Que la Presidenta y sus incondicionales lo consideran un lobbista
de Clarín y ex lobbista de Repsol y que la justificación política para ignorarlo
es que no tiene representación parlamentaria y que se ha transformado en un
comentarista de la política, como (Jorge) Lanata o (Elisa) Carrió.
Algo parecido hacen con el ex ministro de Economía, Martín Lousteau, y con el ex presidente del Banco Central, Martín Redrado. A Redrado, incluso, para bajarle más el precio político, lo presentan, antes que como un ex funcionario de gobierno, como la nueva pareja de Luciana Salazar.
¿Pero por qué le molestan tanto a la Presidenta las críticas de su ex jefe de gabinete?
Por dos importantes razones. La primera: porque él estuvo ahí, sabe cómo se maneja el presupuesto y cómo se toman las decisiones. Y la segunda: porque Fernández está empezando a revelar, con los números en la mano, la diferencia práctica que existe entre la gestión de Néstor y la de Cristina, más allá de los discursos emotivos, y los cambios de humor de la jefa de Estado. En los últimos días, el ex el jefe de gabinete fue particularmente ácido y preciso cuando recordó que durante el mandato de Kirchner se logró mantener el superávit fiscal y de la balanza comercial, se generaron cinco millones de puestos de trabajo, se sostuvo un tipo de cambio alto y competitivo y se alcanzó el máximo de reservas del Banco Central en toda la historia reciente de la Argentina. También recordó que se logró contener la inflación a tasas razonables por lo menos hasta el momento en que se intervino el Instituto de Estadísticas y Censos (INDEC) y se empezaron a manipular las estadísticas oficiales tanto del costo de vida como de la pobreza. En las últimas horas, Fernández puso otra vez el dedo en la llaga para defender a Daniel Scioli ante los embates de la jefa de Estado. La Presidenta no le da los fondos que le corresponden a la provincia de Buenos Aires porque se le acabó la plata y porque quiere echarle la culpa a los otros de los propios errores que está cometiendo su administración, explicó, a mitad de semana.
El ex jefe de gabinete afirmó, por enésima vez, que le iba a ser difícil explicar a Cristina Fernández porqué ataca con tanta saña a Scioli si entre Néstor Kirchner y su ex marido lo eligieron en cinco oportunidades distintas para defender el proyecto del Frente para la Victoria. E interpretó, igual que otros peronistas no kirchneristas, que los ataques al gobernador de la provincia iban a terminar repercutiendo, primero, en el gobierno nacional y de inmediato, en el resto de la sociedad.
Pero lo que más irrita a la Presidenta, sin duda, son las alusiones personales que Fernández filtra entre respuesta y respuesta. Una, muy filosa, es la que presenta al relator Víctor Hugo Morales como el nuevo asesor financiero de Cristina Fernández. Alguien con dos dedos de frente le tendría que decir a la Presidenta que desde el día en que anunció que iba a pesificar sus depósitos en dólares, la fuga de la divisa empezó a aumentar a razón de 100 millones de dólares diarios, lo que representa un fuerte golpe a su credibilidad analizó. La otra es una frase suelta, pero sostenida, que tiene la capacidad de generar, en su interlocutor y en el público que lo ve y lo escucha, una legítima duda sobre el equilibrio emocional de la primera mandataria. Yo no sé que le está pasando a la Presidenta arranca la oración y de inmediato comienza a analizar el último discurso presidencial como si fuera un experto en comunicación política. Esa es la definición que terminó de transformar a Alberto Fernández, un peronista sin poder legislativo ni territorial, en el enemigo público número uno de la Presidenta de la Nación. Casi tan irritante como Scioli, Hugo Moyano o Mauricio Macri.