Como imaginar el triunfalismo posterior de un gobierno que podría ganar hoy con más del 50 por ciento de los votos y con una diferencia abismal con respecto del segundo candidato más votado? ¿Cómo, cuando ya las primeras certezas del triunfo endurecieron las formas y el contenido de la administración de Cristina Kirchner? El círculo supuestamente informado de la política cree que el kirchnerismo saldrá de caza por las comarcas del periodismo. No hay un solo interlocutor de la vida pública argentina que no tema (o espere) una dura ofensiva contra la prensa independiente en las próximas semanas o meses. Políticos, intelectuales, empresarios y hasta sindicalistas pronostican tiempos de innecesarios combates: La guerra con el periodismo continuará , anuncian.
Continuará. La palabra es exacta. Nada comenzará; sólo podría ahondarse lo que ya existe. De hecho, la reciente asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), que se realizó en Lima, hizo una dura descripción de la situación que vive la prensa argentina. El gobierno argentino pasó a integrar el lote de gobiernos muy duramente criticados por el resto del periodismo americano; está junto con los de Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua. La actitud de la administración argentina en el trato a la prensa es lo único que la identifica, sin matices, con las administraciones más autoritarias de la región.
Según el testimonio de periodistas ecuatorianos y venezolanos registrados en Lima, sus gobiernos han creado un conjunto de medios oficialistas, que se dedican, sobre todo, a transportar las calumnias y las difamaciones que surgen del poder y que están dirigidas al periodismo no oficialista. La publicidad del Estado es distribuida arbitrariamente y beneficia sólo a los medios amigos. Un clima de persecución y de intimidación se abate en esos países sobre el periodismo crítico del poder, que es, vale la pena repetirlo, la única forma de hacer periodismo y de que éste tenga una razón de existir. Cualquier semejanza con el caso argentino no es, desdichadamente, sólo una casualidad.
La Argentina se diferencia, sí, en un solo y crucial aspecto. Todavía cuenta con sectores de la Justicia que son independientes, sobre todo en la Corte Suprema de Justicia. En Ecuador, los jueces han condenado a periodistas por el delito de opinar. En Venezuela, la Justicia aprovecha cualquier infracción de un periodista, real o artificial, para terminar condenando también su opinión. Si los periodistas argentinos perdieran la protección de la Justicia, el actual clima parecido con los gobiernos opresores de América latina se convertiría en idéntico.
La Presidenta ha dicho en su cierre de campaña que no guarda rencores, pero lo cierto es que la maquinaria estatal ha logrado crear una lamentable división entre los periodistas, como nunca ocurrió en casi 30 años de democracia argentina. Los periodistas son "gorilas", "destituyentes" o "golpistas" por el solo hecho de contradecir la narración oficial. Los periodistas son "viejos", cuando en algunos casos son mucho más jóvenes que algunos oficialistas, sólo porque cumplen con su misión de indagar y de criticar. Las descalificaciones vienen a veces de periodistas militantes. Algo extraño sucede cuando numerosos periodistas creen que el Estado tiene la razón y que sus colegas merecen ser víctimas de una cacería.
Dos periodistas de larga trayectoria acaban de escenificar esa cruel ruptura entre unos y otros. Magdalena Ruiz Guiñazú y Víctor Hugo Morales disintieron públicamente sobre la misión y la mirada del periodismo. También expresaron los dos modelos de periodismo que están en boga. Magdalena apeló al manual del periodismo clásico (y eterno), según el cual los periodistas deben estar lejos de cualquier poder y aferrarse sólo a su independencia. Víctor Hugo levantó la bandera del periodismo militante, para el que la verdad pasajera de un gobierno a cargo del Estado es más importante que el viejo oficio.
Magdalena y Víctor Hugo iban a chocar irremediablemente, como ya lo habían hecho en privado. La periodista contó con el micrófono abierto una anécdota conocida por muchos colegas. Hace pocos meses, Víctor Hugo trató de la peor forma a los periodistas no oficialistas en un diálogo privado con Magdalena. Los dos habían convivido pacíficamente, y habían coincidido, hasta no hace mucho tiempo. Fue Víctor Hugo el que cambió en los últimos dos años. El periodismo a secas estuvo del lado de Magdalena, que convalidó sus títulos como ejemplo profesional de principios y de valentía.
En ese contexto de fisuras y de contrastes, una de las versiones más recurrentes se refiere a la probable intervención de Papel Prensa. El propio Víctor Hugo se refirió también, en su discusión con Magdalena, a la "mafia" de Papel Prensa. ¿Dónde está la mafia? ¿Por qué esa descalificación, como bien se lo señaló Ricardo Alfonsín? Víctor Hugo tiene el derecho de expresar su opinión, aun cuando signifique un agravio gratuito. Pero ¿es ésa la opinión del Gobierno que el periodista defiende?
Un proyecto está en la Cámara de Diputados esperando, quizás, el exitismo que despuntará a partir de hoy. Dispone la declaración de interés público del papel para diarios y prohíbe que los propietarios de fábricas de papel sean dueños de diarios. La Nacion y Clarín serían despojados rápidamente de sus acciones mayoritarias en Papel Prensa. El proyecto lleva la firma de la diputada Cecilia Merchán, que ingresó en el Congreso por Proyecto Sur y luego se fue al bloque kirchnerista. Nunca fue, como se dijo erróneamente, socialista ni aliada de Hermes Binner.
El proyecto es un glosario de inexactitudes. Llega al colmo de asegurar, en sus fundamentos, que la empresa es manejada, entre otros, por Peralta Ramos en representación del diario La Razón. Hace 20 años que La Razón y Peralta Ramos no son accionistas de Papel Prensa. El mundo está lleno de casos de diarios que tienen su fábrica de papel. Ese es el proyecto que fue avalado por el oficialismo y que podría dejar a los dos principales diarios argentinos en la mira del Gobierno. La comercialización del papel para diarios podría quedar en manos exclusivas de funcionarios kirchneristas.
Actualmente, no existen aranceles de ninguna naturaleza para la importación de papel para diarios. El papel es una materia prima que ahora abunda en el mundo más que nunca, porque la presencia de Internet desplazó a muchos lectores hacia las plataformas digitales. El papel importado es un 15 por ciento más barato que el que fabrica Papel Prensa. En el mercado argentino operan importadores de papel de Chile, los Estados Unidos, Rusia, Canadá, Italia y España. Los principales importadores de papel para diarios en la Argentina son La Nacion y Clarín, que, al fin y al cabo, terminan subsidiando a Papel Prensa.
Así las cosas, ¿qué sucedería si fuera el Gobierno el que controlara Papel Prensa y, al mismo tiempo, cambiara las actuales reglas de importación, como ya lo ha hecho Guillermo Moreno con innumerables productos del exterior? ¿Qué pasaría si el Gobierno les negara papel de producción nacional a los grandes diarios argentinos y, a la vez, cerrara la importación de papel o la condicionara al pago de exorbitantes aranceles? En esas preguntas y en sus respuestas se encierra el futuro del periodismo argentino, más allá de las repetidas falsedades y de la retórica de un discurso aparentemente romántico.
La batalla cultural del kirchnerismo consiste sólo en ahogar las voces diferentes del oficialismo. Todo lo demás es únicamente cotillón político. El periodismo a secas no debe participar de esa batalla, pero tampoco debe permitir que apaguen su mirada curiosa y crítica. ¿Qué sentido tendría su existencia si se redujera sólo a participar en la vasta línea del coro?.