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Elisa Carrió ha tenido razón. Néstor y Cristina Kirchner parecen haberse reacomodado después de la derrota con la astucia de avezados tramoyistas, llenando de artificios la política. Algunas luces se empiezan a apagar porque no sirvieron para nada: el radicalismo le echó una lápida al diálogo, luego de la negativa de la propia Carrió y de las últimas deserciones de Carlos Reutemann y Fernando Solanas.

Carrió suele ser una lectora inteligente de la realidad. Pero existe siempre una brecha entre sus diagnósticos y sus propuestas. Condenó a toda la oposición por prestarse al diálogo convocado por el Gobierno, pero nunca dijo qué habría que haber hecho después de declarar la resistencia. Se evaporó varias semanas en un viaje o en un encierro personal.

De regreso, volvió a plantar discordias en el espacio político que frecuenta. A la disputa con Margarita Stolbizer, que la indujo a cambiar su militancia de Capital por Buenos Aires, añadió otro desaire público a Julio Cobos: "Nunca lo votaría para Presidente", declaró. El vicepresidente fue bastante más gentil con ella.

Los radicales braman contra Carrió y miran incluso de reojo a su jefe partidario. Gerardo Morales se vio en apremios cuando la mujer atropelló contra Cobos. El diputado jujeño debió apoyar la ambición presidencial del vicepresidente, aunque antes de hacerlo haya oprimido con sus dedos la nariz.

Francisco De Narváez fue el hombre que doblegó a Kirchner en Buenos Aires. Pero permaneció mudo en su banca cuando los diputados oficiales consagraron, con mayor holgura de la esperada, la prórroga por otro año de las facultades especiales al Poder Ejecutivo. Entre esas facultades figura la fijación de las retenciones al campo.

Las facultades especiales habían sido tomadas como presunta gran batalla política por la oposición. Pero su pólvora, al menos en Diputados, apareció humedecida. Juntó en el recinto menos votos (100) que cuando pretendió forzar una sesión por las retenciones (108). Esa endeblez había aflorado en la reunión de Asuntos Constitucionales, previa a la votación, cuando la peronista y titular Graciela Camaño preguntó: "¿Alguien tiene una propuesta alternativa a la nuestra?" Siguió un silencio sepulcral que sólo quebró la diputada Vilma Ibarra, cuyo proyecto sirvió de base para que el oficialismo terminara acordando, por palitos y monedas, con un sector de la centroizquierda. Allí también hubo un desbande entre Solanas, Claudio Lozano y Martín Sabbatella.

De Narváez, tal vez, haya sobrevaluado el golpe que en junio le propinó a los Kirchner. Pareció de nocaut, pero no lo fue. El diputado vive ahora pendiente de su futuro político y de las ciclotimias cotidianas que sufre la trilogía que integra junto a Mauricio Macri y Felipe Solá.

Esa entente estuvo el fin de semana pasado a punto de romperse cuando Solá se sintió de nuevo marginado por sus socios. Finalmente De Narváez le alzó el brazo como presidenciable a la par de Macri para evitar el naufragio. Aunque sólo se trató de una salida de emergencia.

De Narváez quiere empezar a recorrer Buenos Aires para afianzar su imagen de futuro gobernador. También dedicará algunas visitas al interior del país. Pero está impaciente por saber cuándo se definirá Macri. Tiene lógica, aunque esa ansiedad resulte prematura: su candidatura debería ir enlazada con la de un presidenciable.

Algunos aseguran que le ha pedido a Macri que no demore aquella definición más allá de mediados de septiembre. Si el jefe porteño remilgara, ¿terminaría respaldando a Solá? Nada de eso: el mismo De Narváez podría lanzarse a la competencia presidencial. Esa amalgama política de ahora no resistiría tantos tironeos: Solá pareciera tener madurada también su propia candidatura a presidente para el 2011. En esa geografía o, tal vez, lidiando de nuevo dentro del peronismo.

A la oposición pareciera sucederle algo similar al peronismo. Un fenómeno que explicaría, en gran medida, por qué razón el sistema político argentino resulta débil y vulnerable. Cualquier edificio político puede levantarse sólo alrededor de una persona. Así ocurrió en el PJ con Kirchner. La derrota de junio provocó en el oficialismo una sensación de vacío que ningún dirigente logra neutralizar. Los ojos apuntan a un Reutemann todavía impasible.

La Coalición Cívica depende, casi de manera excluyente, de Carrió. Los radicales le tienen encendida una vela a Cobos. El liderazgo resulta menos nítido entre Macri, De Narváez y Solá. Detrás de ellos asoma únicamente la incertidumbre.

Ese paisaje opositor facilitó la prórroga de las facultades delegadas a los Kirchner. Es factible que esa ley pase también, aunque en forma más estrecha, en el Senado. Las cosas para el Gobierno acostumbran a complicarse cuando a la habitual resistencia opositora se suman los corcoveos en las huestes oficiales.

Esa combinación colocó la semana pasada a los Kirchner en el umbral de una sonora derrota. El disgusto político de junio sirvió, al menos, para algo: el matrimonio presidencial retrocedió cuando los aumentos en las tarifas de gas -y las insinuaciones con las de luz- amenazaron con derivar en un escándalo. Con la resolución 125 por las retenciones habían avanzado hasta el abismo.

Los Kirchner no parecían tener conciencia de lo que estaba en juego hasta que sucedieron tres cosas. La más importante: la declaración de Hugo Moyano afirmando que los aumentos afectaban también a los trabajadores. El líder de la CGT enmendó las palabras de Julio De Vido, ministro de Planificación y de Daniel Cameron, el secretario de Energía, que habían dicho que el 95% de los afectados podían afrontar los aumentos.

También influyeron dos llamadas telefónica a Cristina. Miguel Pichetto le comunicó que la oposición iba camino en el Senado de bloquear los incrementos. Agustín Rossi le advirtió que en Diputados ocurría más o menos lo mismo, con un agravante: el conflicto le dificultaba la disciplina entre los legisladores oficiales para votar la prórroga de las facultades delegadas.

Es cierto que la Presidenta dio la orden de echar atrás los aumentos. Pero lo hizo después de hablar con Kirchner en Olivos. El ex presidente venía siguiendo el problema a través de los informes de Cameron, el secretario que le reporta de manera personal.

La rectificación descubrió otra vez a un Gobierno que gestiona de manera improvisada, que chapucea. De Vido y Aníbal Fernández, el jefe de Gabinete, invirtieron sus argumentaciones en apenas 48 horas. Amado Boudou, el ministro de Economía, estaba todavía justificando por radio aquellos aumentos al tiempo que el ministro de Planificación anunciaba en Diputados que no corrían más.

Kirchner prefirió volver a los $ 500 millones de subsidio para evitar el alza de las tarifas antes que una mala noticia le arruinara una semana que tenía para él cierto gustito a gloria. ¿Por que motivo? Por la facilidad con que arrancó en Diputados la prórroga de las facultades delegadas a sólo siete semanas de la derrota electoral. Porque irrumpió en el negocio de la televisación del fútbol, aliado con un dirigente que varias veces, en el pasado, se había tentado con tumbar: Julio Grondona, el vitalicio y penumbroso presidente de la AFA.

Podrán caber mil cavilaciones sobre las razones que indujeron al ex presidente a producir aquella intervención. Podrá tomar vuelo la fantasía del fútbol gratuito que el Gobierno agita como bandera de la supuesta conquista. Pero la raíz de la verdad sería más sencilla, como es el molde del pensamiento de Kirchner. El zarpazo del ex presidente fue para castigar a las empresas que no informan ni opinan como él pretende. En este caso, Clarín.

El Gobierno cargará, al menos por ahora, con otra obligación de $ 600 millones anuales. Aníbal Fernández dijo y se desdijo varias veces sobre aquel monto, demostrando que también esta maniobra alumbró a los ponchazos. Suena obsceno que en un país donde se debate en estos días los niveles de pobreza se destine tanto dinero para apuntalar al deporte más profesionalizado del planeta.

¿No ocurre acaso también en España e Italia? Ocurre. Pero se trata de realidades muy distintas. El Estado, en ambos casos, sostiene una parte del andamiaje del fútbol. Pero en esos países suele existir una línea divisoria entre el Estado y el Gobierno. En la Argentina y en muchas naciones de América latina, Estado y Gobierno se confunden en un solo cuerpo.

Otra diferencia sustancial. Aquellos convenios -estatales o mixtos- se establecen y se respetan. No se los acostumbra a dinamitar, como ocurrió aquí de la noche a la mañana, aumentando la impresión de que todo resulta imprevisible.

Son esas, al fin, disquisiciones inservibles para Kirchner. El ex presidente ha salido de las sombras luego de la derrota y se prepara para la confrontación. A eso se reduce la profundización del modelo con la que bate el parche.

Aquel clima lo empezó a fomentar Rossi con una arenga provocativa cuando Diputados aprobó las facultades delegadas. Lo abonó también un grupo de intelectuales de Carta Abierta que reivindicaron el odio de Luis DElía contra los ricos. Cristina le dio a esa apología una pincelada de resentimiento, como si ella y su marido formaran una pareja de indigentes.

Para comprender la ingrata realidad presente y la que pueda avecinarse, convendría repasar los pasos dados por Hugo Chávez en Venezuela, después de que fue vencido por poco en el plebiscito constitucional de diciembre del 2007. En ese espejo se estaría mirando Kirchner desde junio, peligrosamente.